viernes, 29 de junio de 2012

LA CANCIÓN POLÍTICA Y LA CANCIÓN POÉTICA.

El arte siempre ha sido un territorio colonizable por otras esferas de lo social a saber: didáctica, política, religión… La historia del mismo puede dar cuenta de objetos y hasta disciplinas enteras que sufren la tensión entre lo estético y una función que pretende ser práctica o utilitaria. El célebre grito de las vanguardias “el arte por el arte mismo” no es más que una respuesta desde el seno de la esfera artística a esta situación que ellos percibían como inadmisible. Lo específico del arte es su poder para comunicar más allá de las posibilidades de los discursos referenciales. La imagen poética -debido a la complejidad de su lenguaje- llega allí donde la definiciones científicas se quedan cortas. Por el contrario, si la intención simplemente es denunciar ¿para qué abordar un género tan complejo como el poema o la canción si existen formatos más sencillos como el slogan, destinados a tal fin? Una respuesta podría ser que el slogan no necesariamente forma parte del mundo del arte y el artista buenamente puede tener la intención de hablar de las injusticias de su tiempo. Pero en realidad son falsas opciones. Acaso la suerte de un artista popular (no comercial) dependa de su habilidad para resolver esta ecuación entre “qué decir” y “cómo decirlo”. Silvio Rodríguez puede ser un ejemplo paradigmático del artista “estético” que no ha renegado del posicionamiento político y hasta partidario (Canción urgente para Nicaragua). Distinta suerte ha corrido la obra de otros cultores de la llamada “canción protesta” o “canción política” con menor talento poético. ¿Qué actualidad tienen las canciones de Piero de comienzos de los setenta? Incluso el célebre himno Para el pueblo lo que es del pueblo, apenas sobrevive en el recuerdo del militante de entonces. Otros clamores, como Que se vayan ellos, han envejecido con la rapidez de la crónica periodística. Paradójica pero consecuentemente, el tema por el cual será recordado, no tiene nada de denuncia y sí, en cambio, todos sus elementos compositivos (texto, melodía, entonación…) perfectamente distribuídos y equilibrados: el homenaje paterno de Mi viejo.

Tirando a zurdo en sus ideas.
El Sabina que emprende la composición del poemario Memorias Del Exilio está demasiado pegado a la causa republicana y anti franquista para distanciarse estéticamente de su producto. Inventario, su correlato musical, sufre por las mismas causas (“La playa que habitaban los gusanos” dice en el tema homónimo en alusión a Miami y sus disidentes) pero Sabina no tropezará dos veces con la misma piedra y rápidamente evolucionará de este panfletarismo (que es más una marca genérica de la canción protesta que otra cosa) a formas más sutiles de abordaje de lo ideológico: la ironía (El Muro de Berlín), el humor liso y llano (Telespañolito, Si te he visto no me acuerdo, Adivina adivinaza) o canciones en las que lo político aparece como telón de fondo, motivando la acción de los personajes (Ciudadano cero). Si a menudo aparecen menciones u homenajes a referentes políticos de izquierda: la Cuba revolucionaria, el Che, Fidel, Marcos, Violeta, Frida Kalho, Chabela Vargas, Diego Rivera…, estos referentes funcionan como un elemento más de la arquitectura de la canción, apuntalando, más que sofocando, su poder expresivo. La controvertida Gulliver, aparecida en el disco posterior a Inventario, fue definida por el propio Sabina como “antipanfleto”, acaso como gesto de distanciamiento de la vieja estética. Con la frente marchita es un buen ejemplo de cómo Sabina supo refuncionalizar los componentes políticos de su discurso de modo tal de rehuir del panfleto y sin que estos aparezcan desmerecidos. Más aún, la condena a las dictaduras es más efectiva aquí, ingresando al texto oblicuamente, a partir de la experiencia vital del sujeto que rememora. En Los cuentos que yo cuento, la crítica al mundo capitalista aparece sugerida detrás de un magnífico relato paródico. Todos estos exponentes están a años luz de la gravedad apelativa de Inventario. Hay una postura básica pro-libertad que impone la celebración de todos aquellos gestos emancipatorios, aún cuando no hayan dado resultado (porque al fin y al cabo ¿qué resultó desde la Revolución Cubana hasta nuestros días?). La asunción final de la derrota en 1968 (el tema) no le quita un ápice al hecho de que haya decidido justamente celebrar eso. Mientras permanezca en el inconsciente generacional, la llama de la libertad permanecerá viva esperando momentos oportunos, mientras tanto Sabina propondrá vivir, que es la mejor manera de mantenerse en forma, y lo hará desde el comienzo mismo. En efecto, en el mismísimo Inventario, paralelamente a la visión de la libertad política como un juguete perdido o como una deuda generacional, canciones como 40 Orssett Terrace expresan un vitalismo básico que es todo un antídoto contra cualquier posible depresión pasajera. En esta temática Sabina probará ser un experto: Cuernos, Locos de atar, Más de cien mentiras, Jugar por jugar, Si volvieran los dragones, La Biblia y el calefón, Noches de boda, 69 punto G… son poderosos tentempiés, a base de guiños, claves, secretos puestos en boca de alguien que habla con conocimiento de causa y parece decir “al fin y al cabo lo único que nos llevamos es lo vivido”. Los mecanismos de defensa son recurrentes en Sabina, desde emborracharse (Carguen, apunten, fuego) hasta ese auténtico “refugio de la tormenta” que es El café de Nicanor pasando por el oportunismo de Ataque de tos.
Por último y como lo cortés no quita lo valiente, para satisfacer al viejo militante de barba y chaqueta verde, el capitalismo y sus instituciones aun recibirán patadas gratuitas como la línea final de A la sombra de un león: “Y chocó contra el Banco Central” o los magníficos versos de Postal de La Habana: “La noche que Al Capone/Perdió los pantalones/A la ruleta rusa con Fidel”.
Un buen termómetro de esta evolución en el abordaje de la cuestión política es el tratamiento que merece antes y después la cuestión laboral. Si en Inventario aparece la satirización del burgués (Mi vecino de arriba) y Canción para las manos de un soldado encara el tema del trabajo desde una óptica socialista de cosa necesaria y positiva bajo determinadas condiciones, ya convertido en ídolo popular, Sabina ofrecerá una visión del trabajo más cercana a la perspectiva del hombre común, frustrado y explotado (Locos de atar, Y si amanece por fin, Las seis de la mañana) donde su máxima rebelión consistirá en quedarse en la cama. En Zumo de Neón se revela su carácter alienante (“el grueso de la tropa se prepara para ir a la oficina/los jefes van de coca/los curritos de tinto y aspirina”) propio de la sociedad burguesa que lo sustenta. Tanto peor si el tiempo que se le destina es restado a la posibilidad del placer.

No tiene más ideología que “vive a tope hasta morir”.
El retrato de Aute sobre Joaquín basta por sí mismo para definir sus coordenadas ideológicas por fuera de lo partidario.
El sujeto ideológico puede construirse hablando de sí mismo o a partir de lo que habla: Whisky sin soda, Adiós adiós (en general los temas escritos para ser interpretados por Javier Gurruchaga, definen un sujeto muy marcado por el estereotipo “margineta” del cantante), Tan joven y tan viejo, Jugar por jugar, Enemigos íntimos son prácticamente manifiestos de sus posiciones; los homenajes a Pablo Milanés, Valdano, Serrat y la Revolución cubana son buenos ejemplos de lo segundo.
Si la revolución a secas fue imposible, si España ha sufrido durante décadas la asfixia franquista, Sabina (persona y autor) decidirá emprender por su cuenta una revolución individual a base de sexo, excesos y libertad. Esta última se proyecta por encima de cualquier límite ético o legal. Se define, mueve sus límites, a partir de la fama. No por nada ha escrito los homenajes a la libertad más memorables de la canción popular: La del pirata cojo, Tan joven y tan viejo, La canción más hermosa del mundo, Peces de ciudad, por citar cuatro. Su discurso pro-libertad es todo terreno, abarca lo sexual (Juana la loca), las relaciones de pareja (Y sin embargo, Aves de paso, Adiós adiós, Esta noche es tu oportunidad), lo artístico (Balada de Tolito, Pasándolo bien, Eh, Sabina), lo laboral (Locos de atar, Seis de la mañana) y lo religioso (Mi amigo Satán y su rebelión “contra el poder absoluto de Diós”). También, con conocimiento de causa, puede hablar de sus
Riesgos: “Por las autopistas de la libertad nadie se atreve a conducir sin cadenas” (Ganas de).
Si la poesía renacentista insistía en “disfrutar el día”, Sabina va a proponer el “disfrutar la noche”. Por momentos puede ser individualista (Gulliver, Manual para héroes y canallas) hasta hedonista (Pasándolo bien). La libertad sexual entendida como práctica irrestricta y elección es el leit motiv de numerosos temas (Juana la loca, Cuernos, Hotel dulce hotel… y la lista sigue). Como la cama y la noche marcan su matriz espacio temporal, la defensa de esos espacios y la conjura de sus opuestos también son cuestiones centrales (Locos de atar, Mónica, Y si amanece por fin, Los perros del amanecer…).
La droga y el alcohol son elementos que reciben un tratamiento prolongado (“Por lo menos que le pongan hash, a la pipa de la paz”, canta tratando de mantener el ánimo, en El Muro de Berlín; En A vuelta de correo, sentencia “La pasión con controles de alcoholemia no me la pone dura”).

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