viernes, 29 de junio de 2012

LO POLÍTICAMENTE INCORRECTO: EXCESO, DELITO Y OTRAS TRANSGRESIONES.

El testimonio de la experiencia del exceso es una de las vetas más ricas dentro del discurso de Sabina y está en la base de la construcción de su propio personaje. Amén de definirse como “sobreviviente” en Como en Chicago, basta con citar Zumo de Neón (“De pronto alguna tarde, te pasan calidad”), Eh, Sabina (“...bebo demasiado y no me sé controlar...”) o Whisky sin soda (“Hay que espabilarse si eres trapecista y saltar sin red”) para armarse una idea fiel de ese sujeto irreverente que canta en sus canciones. El propio Aute, en el magnífico Pongamos que hablo de Joaquín, dice de él “No tiene más filosofía que ‘Vive a tope hasta morir’”. Ya se trate del sujeto hablando de sí o desde retratos/homenajes en tercera persona (“Paloma negra de los excesos” llama a Chabela Vargas en El boulevard de los sueños rotos), Sabina oscila entre la exhortación al riesgo y la censura del mismo, (esto último no desde el lugar-otro de la moral, sino desde el lugar de aquel que ha atravesado el camino y está de vuelta, del sobreviviente). Así, mientras la heroína de Pisa el acelerador es alentada a cometer excesos y en Pastillas para no soñar hay una burla a los que no se arriesgan y prefieren la vida sana y segura, el personaje de Conductores suicidas es reprendido por no haber sabido frenar a tiempo: ¿Cómo te has dejado llevar a un callejón sin salida/ Tú, el mejor dotado de los conductores suicidas”.
La misma construcción autobiográfica del sobreviviente mencionada más arriba ha sufrido un giro en etapas más recientes. El Sabina de 50 años ya no puede mantener con tanta facilidad el discurso anterior, en especial luego de que su vida se haya visto amenazada por las consecuencias del mismo exceso. Así, en el genial y testamentario A mis 40 y 10 plantea por primer vez la necesidad de parar (“He de enfrentarme al delicado momento/De empezar a pensar en recogerme/de sentar cabeza”) y el posterior Con dos camas vacías directamente es el testimonio de quien ya ha parado (“Ya no cierro los bares ni hago tantos excesos/Cada vez son más tristes las canciones de amor”).
Uno de los prototipos más perfectos y acabados del exceso es Princesa, de Juez y Parte, (“entre la cirrosis y la sobredosis...”). ¿Qué diferencia hay entre ella y la heroína de Ring, ring, ring, tema del disco anterior? En principio no es esencialmente distinta: “Ahora que todo se derrumba, ahora que se acerca el fin/ Déjate de valiums, no imites a Marilyn” Ahora, si comparamos la valoración que el sujeto poético hace de cada una de ellas, vemos que la primera goza de un respeto del que carece la segunda. ¿Qué es lo que pasa? Pues que esta última, en las buenas y en las malas ha sido funcional al sistema: “Puede que haya algo aún que tu puedas hacer/Esto es un supermercado ¿qué tienes para vender?/Tendrás que decir sí a ofertas que dijiste no/Son tiempos de rebajas, siempre habrá algún comprador”. La primera transgrede, la segunda no.
La celebración de la transgresión es otra de las constantes en la obra de Sabina. Obras como Ocupen su localidad, Jugar por jugar, 69 punto G y Benditos malditos son verdaderos compendios de esta bella arte. El personaje de El capitán de su calle es un transgresor nato (y alter ego del propio Sabina).
En este sentido uno de los aspectos más interesantes es que esta toma de partido por lo políticamente incorrecto no reconoce ideologías. Ya puede escandalizar a la derecha con el tema de la droga (“sentados en corro, merendábamos besos y porros”, por poner un ejemplo al azar) o a los sectores más “progres” como el feminismo a través de una mirada fetichista de la mujer (“ponte el liguero que por reyes te regalé”).
Hay un tema fundante, que sirve para comprender todo el contradiscurso social posterior (no solo en Sabina sino en la música rock en general): Mi amigo Satán, que proclama un poder previo que margina y nomina: “Un grupo de ángeles nos rebelamos/contra el poder absoluto de Dios”. Si la idea de Dios (el bien, la ley) avala la instauración todo tipo de poder, de todo sistema verticalista, ya sea celestial o terrenal, entonces la oposición a estos valores tan arraigados en el sentir popular, es un gesto absolutamente necesario, aun cuando acarree toda la estigmatización posible (delincuente, transgresor, marginal, etc.) ya que es justamente el poder el que puede nominar, ponerle nombre a las cosas. Basta con echar un vistazo a la querible fauna de los habitués al Café de Nicanor para dudar para siempre sobre los conceptos de “bien” y “mal”, “correcto” e “ incorrecto”, etc.
Transgredir en el plano discursivo y consecuentemente en la propia vida, es la forma elegida por Sabina de compensar la derrota en la Guerra Civil (cuyas tardías lamentaciones impregnan el anterior Inventario). Si observamos otros blancos de ataque, tales como los sacramentos (Ataque de tos), las convenciones sexuales (Juana la loca, Lolita), el rol doméstico de la mujer (Esta noche es tu oportunidad, Pisa el acelerador) descubrimos todos los pilares del régimen conservador. En definitiva es contra ese trasfondo religioso y moral contra el que se rompe.
Sin embargo, Sabina ha elegido su propia liberación (su propia transgresión), rehuyendo en el futuro del discurso de trinchera a la Miguel Hernández. Así, aún cuando desde Locos de atar, Si amanece por fin o Las seis de la mañana nos exhorte a no ir a trabajar, el debate sobre la explotación permanecerá en un nivel muy subyacente o obvio. Es más rebeldía personal que reclamo clasista por el estilo de la obra “La Fiaca”, de Ricardo Talesnik. Algo similar pasa con el gesto de los héroes delictivos de Princesa, Que demasiao, Con un par o Al ladrón al ladrón, que transgreden el concepto de “propiedad privada” en jugadas desesperadas e individuales.
La celebración del delito (que no es otra cosa que una modalidad de la transgresión a las leyes de la vida o la propiedad privada, entre otras) no podía estar ausente. Hay celebración del ladrón de barrio (Que demasiao); del maleante célebre (Malasombra), de la infracción a la ley de moralidad (Eva tomando el sol), del crímen como una de las bellas artes (Al ladrón, al ladrón), del ladrón ocasional convertido en héroe popular (Con un par), del ladrón robado (Medias negras).
La primitiva autoconstrucción sabiniana habla de un sujeto con un pasado delictivo clausurado del cual ha salido inmune y revestido de un áurea romántica. El sujeto presente es otro, está “limpio”: “Cuando era más joven me he visto esposado delante del juez (...) Hoy como caliente, pago mis impuestos, tengo pasaporte”.
Es una figura de transgresión muy calculada, una máscara que su personaje puede ponerse y sacarse a voluntad, de modo tal de ser aceptada en todos los ámbitos. Porque una cosa es celebrar la marginalidad desde afuera, como en Princesa (“Cómo no ibas a verte envuelta en una muerte con asalta a farmacia”), La banda del Kung fú, Malasombra o El bronx de Fuencarral y otra muy distinta incluirse dentro de la escena. Así, Sabina interpelará al delincuente desde afuera, casi como un gesto de anuencia pero si participa de la acción, como en el caso del raid delictivo de Pacto entre caballeros, lo hace casi involuntariamente, aunque sin demasiada resistencia. El sujeto es respetado por el mundo del delito.

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